martes, 19 de mayo de 2009

Viviendo con el asesino.

Imaginémonos por un momento cómo sería vivir en una casa solo con otra persona. Al principio talvez no la conocés muy bien; puede ser que hayan cosas que te parezcan raras o que te caigan mal. Luego, con el paso del tiempo esa persona te va cayendo bien, te empieza a agradar, tenés conversaciones con ella, pasas momentos que disfrutás y entonces esas cosas que antes talvez no soportabas, no solo no te caen mal, sino te gustan y hasta vos las terminás haciendo. Luego llega un punto en que aprendés a vivir con esa persona. Te acostumbrás tanto a ella que vivir allí, en la misma casa haciendo las mismas cosas se vuelve de lo más normal, ya es algo de todos los días. Poco a poco, sin darte cuenta, lo que esa persona hace te mete en problemas; hacés cosas que antes jamás hubieras hecho; te das cuenta que incluso tu carácter ha cambiado y ya no sos igual que antes; esa persona no te hace nada bien, incluso se está gastando tu dinero.

Este es un caso hipotético, pero para ilustrar el punto le vamos a poner el peor final. Luego te varios años y de todos los líos en los que paraste metido por dejar vivir a esa persona con vos, esos problemas te llevan a la muerte. El problema ahora es que ya es muy tarde para darte cuenta, y para imaginarte que eso iba a pasar.

¿A que vamos con esto? Muchas veces dejamos vivir a alguien o algo con nosotros. Poco a poco lo vamos dejando entrar y hasta le tenemos su cuarto y le hacemos la cama para que esté cómodo. Ese alguien (o algo) es famoso... se llama pecado. Ese pecado es como una enfermedad. Mientras más tiempo viva dentro de vos, más te carcome por dentro (aunque suene feo). Lo peor de todo es que, como en el ejemplo, te acostumbrás a él. Hasta te la pasás bien pecando, lo disfrutás y llega un punto en que lo malo ya no se vé tan malo. Incluso lo llegamos a ver bueno. Buscamos excusas o justificaciones y a veces hasta nosotros nos las creemos... o intentamos creérnoslas.

El pecado es ese asesino. Te la podés pasar bien con él, podés platicar con él (digamos), bailar con él, cantar con él, jugar con él, comer con él. Puede ser tu mejor cuate (supuestamente), pero al final siempre tiene lo peor guardado para vos. Al final te mata y te clava la daga por la espalda. Nunca te acostumbrés a él. Siempre que estés todavía a tiempo, sacalo de tu casa; y si estás leyendo esto es porque estás vivo y todavía estás a tiempo.

Hace unos meses leí un libro de un autor de ciencia ficción cristiana que se llama Frank Peretti, el libro se llama El Juramento, me lo regaló una persona muy especial. Resumiendo la historia se trata de un pueblo en el que los antepasados habían cometido un pecado muy grande y todos lo ocultaban de las personas que no eran de allí. Ese pecado por ser tan fuerte en elllos y por permanecer oculto, había llegado incluso a materializarse. Se convirtió en un dragón. Eso era parte del juramento y todos lo sabían, pero casi nadie se atrevía a hablar del tema abiertamente. Este dragón era enorme y era muy difícil de ver a simple vista. Había empezado como un animal pequeño, pero había llegado a tener un tamaño descomunal.

Había un momento en la vida de algunas personas del pueblo en que una mancha negra aparecía sobre su corazón. Ese era el primer síntoma de su destino inevitable. Trataban de ocultarlo, pero llegaba un punto en que esa mancha despedía un olor a podredumbre y ellos prácticamente enloquecían; su mente ya no era controlada por ellos mismos. Cada una de las víctimas terminaba controlada por el dragón, quien los llevaba a un lugar donde pudiera devorarlos. Allí terminaba su historia. Y cada una comenzaba con un pecado que cometían.

Ese dragón es el símbolo del pecado. En ese pueblo el pecado llegó a materializarse. Como decía en el libro, cada persona puede tener su propio dragón. Si lo dejamos vivir allí, un día puede llegar a dominarnos. Podemos vivir con él, y puede llegar el momento en que nos devore. No hay que permitir que eso pase. Hay que matarlo, y la forma de hacerlo es con Jesús, quien perdona nuestros pecados y nos da una segunda oportunidad siempre que estemos dispuestos a tomarla.

Hay que darnos cuenta cuando el asesino se quiere pasar a vivir a nuestra casa, y no hay que dejarlo entrar. No dejés que él te mate, matalo vos a él. Como dice la Biblia, hay que hacer morir las obras de la carne. No hay que dejar que, como dijo Jesús, el demonio que se va regrese con otros siete. Sacá al primero y que allí se quede.

Que Dios te bendiga!

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